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Revista electrónica de la Sala de Lectura del CECUT

14 noviembre, 2006

Elmer mendoza: escritura tremenda y perdurable - Gabriel Trujillo Muñoz


El norte de México ha dado, desde principios del siglo XX, una cosecha interminable de narradores de toda clase y especie. Más allá de catalogaciones simplistas y de críticas desdeñosas, nuestros literatos han sabido unir la memoria de su entorno con la conciencia de los tiempos en que viven, de los espacios que imaginan y hacen suyos a través de sus relatos de ficción.

Ahora, en este siglo XXI, en esta democracia mexicana sin pies ni cabeza, el norte se ha vuelto una realidad literaria que dicta muchos de los rumbos creativos, temáticos, de la narrativa mexicana más intrépida y feraz. Por eso no causa sorpresa que tantas cosas, la mayor parte prejuiciosas y sin argumentos válidos, se hayan dicho de la nueva hornada de autores norteños. En la crítica nacional ha imperado una visión centralista que niega que haya cultura más allá del ombligo hegemónico de la capital de la nación.

Lo que habla, en suma, de una falta de referentes reales cuando se habla –o estudia- a una literatura en la que destacan Elmer Mendoza, Alfredo Espinoza, David Toscana, Eduardo Antonio Parra, Hugo Valdés, Luis Humberto Crosthwaite, Imanol Caneyada, Eve Gil, Alejandro Espinoza, César Ibarra, Julián Herbert, Esthela Alicia López Lomas, entre decenas de otros creadores que viven y escriben desde el norte del país.

Todos estos escritores han demostrado, con creces, que el espíritu del septentrión
mexicano no es un simple reflejo de las realidades que experimentan o de la geografía que los rodea, sino que sus obras están ubicadas en la tierra fértil del lenguaje, que sus textos son una amalgama que sinergiza los hallazgos de nuestra literatura con la imaginación que rompe con las limitaciones localistas y resuena, con fuerza y amplitud, desde lo universal de su discurso, desde la pertinencia de sus tramas y personajes, creando así un corpus de novelas y relatos que exigen ser leídos en sus propios términos: sin subterfugios ni condescendencias.

Tal vez por eso la obra de Elmer Mendoza, un narrador sinaloense internacionalmente reconocido, es una relectura de nuestros miedos más profundos, de nuestras sinrazones más públicas, una aproximación novedosa, franca, norteña al fin, a los mundos que nos acosan desde las fronteras de la vida y la muerte, del amor y el rencor, de la ambición y la violencia.

En su trayectoria como novelista, Elmer Mendoza ha acudido a las piedras miliares de nuestra enorme tradición literaria, ha exhumado las obras de sus antecesores en el arte del relato épico e intimista al mismo tiempo. Ya sea la novela picaresca a la Fernández de Lizardi, la novela policíaca a la Rafael Bernal o el canto en susurros a la Juan Rulfo, Mendoza ha sabido ir más allá de sus modelos, ha logrado explorar hacia lo hondo, hueso adentro, penetrando las raíces de los múltiples Méxicos que hoy somos, de los enconados conflictos que envenenan nuestro ser-aquí-en-el-mundo.

Cóbraselo caro (2006) es, ante todo, una novela que más que ajustar cuentas con el pasado se yergue como una narración que sube la apuesta literaria de uno de los novelistas más fascinantes de la literatura nacional, pues Elmer Mendoza, como él mismo lo ha dicho, es un escritor tranquilo, con los pies en la tierra.

Y Cóbraselo caro es una novela que abre ventanas para vernos, de cuerpo entero, en nuestro amasijo de pretensiones y padecimientos que nos agobian, una novela que nos permite observar, con inusitada claridad, este llano en llamas en que vivimos nuestras vidas, esta fosa común donde todos parecemos verdugos de nuestros semejantes, donde nadie está a salvo, ni siquiera los muertos.

Literatura que sufre, sí, pero que también libera. Literatura oscura, sí, pero luminosa en el fondo. Luz del Norte: tremenda y poderosa como ella sola, perdurable como siempre.